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RICARDO LEÓN RAMÍREZ LASSO*
A través de la historia, innumerables seres humanos buscaron y lograron
aislarse de una sociedad incómoda para sus intereses, si bien porque fueron (y
son) sus críticos sempiternos, quizá por ello consideraron no pertenecer a ella;
otros prefirieron convertirse en ermitaños y eligieron un lugar en el bosque,
una solitaria isla, un paraje inhóspito imposible de alcanzar o de residir
(verbigracia el Santuario de Flora y Fauna de Malpelo en el pacífico colombiano,
declarado Patrimonio Material de la Humanidad por la UNESCO en 2006, cuyo nombre
se originó del latín “malveolus”, que significa inhóspito cuando en tiempos de
la conquista se mencionaba en las notas de viaje de Cristóbal Vaca de Castro,
como un islote rocoso y solitario. En este caso el ermitaño iría al menos de
visita, no de residencia, incuestionablemente) o ensimismarse hasta el final de
sus días obsesionados con determinado autor para su bienestar literario,
religioso o musical; algunos más atrevidos enmudecieron con el avance del
modernismo y añoraron el pretérito con el devorador sigilo de un lustro sobre
otro. Se asegura que en los últimos cincuenta años la tecnología ha avanzado más
que en toda la historia de la humanidad. Para el caso, cada época ha tenido su
tecnología y el ser humano la ha disfrutado acorde su situación e interés. De
hecho no podría quejarse si fue más allá y vislumbró lo que podría suceder en el
porvenir, mientras otros no aprovecharon la coyuntura y quedaron relegados en la
historia, mientras criticaban lo novedoso (tal vez nunca hubo asociación ni
aprobación para nada. Temieron siempre avanzar). El nacimiento de aparatos como Galaxy (una tableta basada en Android), Xperia
play (son los smartphones con Windows Mobile o Android de rango muy
alto), Iphone (combinación de tres productos: un revolucionario
teléfono móvil, un iPod todo pantalla con controles táctiles, y un
revolucionario dispositivo de comunicación por Internet con e-mail a la altura
de una computadora, navegación Web, búsquedas y mapas; todo ello integrado en un
pequeño y ligero dispositivo de mano), Blackberry (una línea de
teléfonos celulares inteligentes mejor conocidos como smartphones en inglés), Android (un sistema operativo móvil basado en Linux, que junto
con aplicaciones middleware, está enfocado para ser utilizado en dispositivos
móviles como teléfonos inteligentes, tabletas, Google, TV y otros dispositivos),
y los nuevos que vendrán con el tiempo, han revolucionado el nuevo siglo sobre
todo en una juventud que se aferra a un hecho incómodo para el resto de la
población: el aislamiento. Como se habló en un principio, hoy el aislamiento no
requiere de residir en una isla inhóspita lejos del resto poblacional, ni de los
otros aspectos enumerados. Simplemente suele presentarse en diversos sitios de
las urbes (o espacios rurales) con cientos o miles (millones sonaría mejor
cuando del planeta se hable) de jóvenes (y también adultos) en su nueva forma de
comportamiento, hecho que irrita al vecindario, quienes observan de soslayo sin
objeción alguna (ni derecho a opinar, posiblemente). La situación empeora cuando
aquellas personas (adicción podría ser un concepto psicológico para definir la
moderna actividad) se aislan en el autobús del servicio público o del metro e
ignoran, si van sentados, si alguien requiere el puesto (adultos mayores,
embarazadas, discapacitados, personas con bebés o enfermos), aparte de lo
anterior, empujan cuando ingresan o salen con su mirada fija al aparato; en el
aula de clase incomodan al maestro y sus compañeros (a veces lo utilizan a
hurtadillas detrás de un cuaderno o maletín y cuando el maestro se aproxima lo
esconden hábilmente para no dejar sospecha alguna de su distracción); en un
seminario sobre temas históricos o de actualidad; en una sala de espera ni se
diga; en la calle atropellando con su hombro al peatón del sentido contrario (a
veces no saben dónde están); en el cruce del semáforo (desconociendo si van o
vienen, si regresan o no por algún olvido. Es preferible haber olvidado todo
excepto el aparato. Hoy es una compañía inseparable e irresistible para muchos,
tanto que no podrían vivir sin su presencia, casi siempre en la mano del
propietario, sujeta a algún lugar del vestuario o en un sitio estratégico del
maletín); en una reunión familiar donde el diálogo debe ser epicentro de
acercamiento anecdótico y en casos futurista; en una discoteca bajo
enceguecedora luz y moderna música ensordecedora; en un paseo dominical donde la
naturaleza y su espectacular sinfonía en do mayor han quedado relegadas a un
segundo y hasta tercer plano; en una fila cualquiera (banco, aeropuerto,
supermercado, autobús, cine, entidad de servicios públicos, restaurante et al).
En fin, la hora y el lugar apropiado son indiferentes, como muchos de ellos (sin
generalizar). Por fortuna todavía quedan espacios donde el aparato no tiene
cabida (entrevistas laborales, sepelios, ciertos seminarios, congresos y
convenciones, liturgia, interior de los bancos, horario laboral en la mayoría de
las empresas, biblioteca, actos empresariales y académicos, conducción de
vehículos, decolaje y aterrizaje de aeronaves) y el ser humano puede interactuar
mirando a los ojos del interlocutor, como ha debido ser desde el principio de la
humanidad (y de los inventos).
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