Lucy Tejada pintora | A ColArte |
En Lucy Tejada no hay sino dos: la introversión y la pintura. Pero elevadas, una y otra a grados incalculables. Por eso es una de las personas más silenciosas y tácitas que pueda encontrarse. Pero a nosotros no nos podía decir que no. Veinte años pueden ser nada en los tangos, pero son mucho en la a mistad, y eso y un lustro por lo menos más hace que somos amigos de la artista. Tenía, pues, que, abrirnos las puertas de su casa. No le quedaba más remedio. Vive Lucy en una casa de la que se podía decir que fue construída con sus manos. Pues cada una de sus piedras, de sus ventanales, de sus árboles, es testimonio de! propio esfuerzo de esta mujer que se ha batido sola desde que apareció, .tímida y hermética, en la escena del arte nacional. Esa urbanización "Mónaco", merece párrafo aparte. No es propiamente el sueño de un esquizofrénico pero sí el delirio de un soñador estrambótico. Se trata del poeta, o dontólogo y urbanista Nelson Jaramillo quien al regresar a Cali después de una larga permanencia en Chile, descubrió que solo aquí podía vivir, pero que tenía que traerse las lomas de su ilustre aldea natal y los cerros de Santiago, a los que tanto debe la explosión demográfica que aqueja a la adorable metrópoli austral. Fue así como trazó esa urbanización. Como era natural, los primeros en descubrirla fueron los artistas. Allí viven, casi todos en casa propia, pues Jaramillo practica con ellos el lema de "'Viva primero, y pague después... o nunca",los pintores Lucy Tejada, Jan Bartelsman, Jorge Geisse, y AIberto Gutiérrez, el dramaturgo Enrique Buenaventura, el crítico de cine Nils Bongue, y el "american lover" Fabio Velásquez. Sin contar a los que, no sabiendo de arte, saben donde lo hacen bueno, moran allí o frecuentan esos riscos. Otro es también el caso, de Alejandro Obregón quien dejó batido el "record de permanencia en Mónaco", pues en su última visita a Cali es tuvo allá, sin bajar a la ciudad -ni de una nube de vino-, cinco días... Saludamos a Lucy con una especie de pase de tanteo como dicen los taurinos. Sinembargo, la pregunta la formuló Nora Olano quien, sin ser taurómaca, torea muy bien. -Si viera usted que en un cataclismo se van a quemar todos los cuadros de la pintura colombiana, y no le fuera dado salvar sino uno solo, cuál salvaría usted? -Salvaría, responde Lucy sin vacilar, y en el caso de que pudiera huír con un cuadro tan grande, "AVES CA YENDO AL MAR" de Alejandro Obregón ...... Tomado de un recorte de la Revista Diners, años 60s | ||||
Vuelta a Lucy Tejada Por Antonio Montaña Lucy Tejada estudió en la Escuela de Bellas Artes de Cal¡ y fue una de las primeras mujeres en obtener título. Un cambio en la dirección: la llegada de un pintor avanzado y `moderno' varió el régimen de atención estética de los alumnos quienes en lugar de atender sólo a la línea del modelo deberían estudiar historia a investigar sobre nuevas corrientes estéticas. Lucy atendió al llamado y. nacida dibujante y dueña de una disciplina de trabajo admirable, saltó del neoacademicismo provinciano a una pintura audaz. En compañía de su esposo viajó a la Guajira, para encontrar como motivo la tarea de los wuayú. Aportó a la pintura nacional no solo un tema nuevo y unas formas que resultaban inusitadas, sino una manera de resolver esos cambios: usar el color vivo. Como su hermano Hernando con su tarea en San Andrés y Tumaco, rescataba para el arte nacional el color y la luz del trópico. Una exposición en Bogotá la colocó, de inmediato, como la primera figura femenina en el panorama del nuevo arte nacional: el de los modernos. La acompañaban, entre otros, Obregón, Grau, Tejada, Gómez Jaramillo, Ramírez Villamizar, entonces pintor, el acuarelista Wiedeman y Negret: todos desobedientes o liberados de la férreas academias: en el ejercicio de su plena libertad de su capacidad de expresión. Cada uno aportaba alguna novedad al arte nacional contemporáneo. La obra de Lucy, empastada, con grandes brochazos que contrastaban con la finura con que habían sido trabajados las calidades de la tela del vestido y las solemnes blancuras que se rompían en grises del paisaje salino. Es posible que hubiera podido anotarse una cierta influencia de la pintura realista mejicana pero el tratamiento del tema iba en contradicción a la del arte mejicano. Aquella imagen solitaria, triangular por su ropaje era más que la representación de un trabajo amargo; quería decir más de lo que cuenta la simple anécdota; retrataba la soledad y la tristeza de una etnia olvidada convertida en esclava de su propia pobreza. Un año después estaba siguiendo los cursos regulares de la academia de San Fernando: Lucy quería aprender a fondo el complejo manejo de la técnica. Sólo sería independiente y libre cuando dominara la cocina; pudiera manejar a voluntad las formas y disponer con sabiduría colores y empastes. La libertad la conseguiría, por el camino del conocimiento. Salía de los terrenos de la audacia para ingresar a los terrenos de un arte comprometido con su esencia, del color, sus múltiples graduaciones y el manejo estricto de la composición. Lentamente, con sabia cautela, Lucy se adentró por el conocimiento de las diversas técnicas: óleo, grabado en metal, madera, témpera, acuarela: " Cada obra requiere una técnica distinta. Cada técnica es un mundo que hace posible una expresión diferente". En la exposición de Cali se puede seguir el desarrollo de su faena; sus cambios temáticos; su diversidad y su tono. En la época de los últimos años de los cincuenta y primeros de los sesenta, parece Lucy concentrarse en afinar el sentido del dibujo. Walter Engel dijo de este momento que casi puede hablarse de su realismo en forma de automatismo gráfico: sus dibujos de líneas finas, dicientes y elocuentes, se condensan en espacios, formas figuras líneas flechas que apuntan hacia el misterio, Delicadas obras de arte que se asoman a la abstracción pero terminan convirtiéndose en misterio. Lucy confiesa que reside con más alegría dentro del dibujo que cuando se interna por los caminos del color "dibujar me nace: a veces mi mano parece ir sola como obedeciendo a lecciones aprendidas. Pero en el papel, ya concluidas, veo que son y es lo maravilloso, formas libres que nacen de sí mismas, se continúan acentúan o desaparecen movidas por el mecanismos de la alegría creativa". Espectadores y conocedores de su obra descubren, hace mucho tiempo que su obra, siendo realista en la mayoría de veces se alimenta más del sueño y alguna vez me lo confesó: "pinto lo que he soñado o sueño en la realidad construyéndola en el papel". Por eso tal vez quien se adelante por el zig zag de los corredores del vasto espacio de la estación, se sentirá transportado a otra realidad que es la de Lucy o la propia experiencia onírica. Hay algo vago, en perpetuo estado de modificación dentro de los cuadros: un encadenamiento de lo ilógico que vaga entre dos polos: el de la fantasía y el de la rutina de lo consuetudinario. Es lo imaginario construido con lo real o lo real transformado por la mano hábil en un símbolo o un lenguaje amistoso y fraterno. Hacia mediados de los sesenta Lucy parece saltar a otro mundo: pinta óleos de dimensiones regulares con un tema nuevo: los insectos; escapa en este caso del realismo. Son insectos por el nombre y porque en su íntima estructura tienen el aire amenazador de esos seres alados que atacan, zumban, inquietan. Un ojo adiestrado o atento encontrará en la serie un antecedente que la ata ineludiblemente a la unidad en la obra. Los insectos no son una renovación ni expresión novedosa ni un objeto de asombro: son dibujos ya no a lápiz, sino de color, y la condensación y transformación en seres nominables de esas abstracciones dibujadas durante los primeros años de esa década. Digamos que los insectos fueron una ampliación de seres ya presentes en la obra a la vez que un grito de libertad: los dibujos se lanzaban a los grandes espacios para buscar su forma definitiva, no como un acto de magia sino como el resultado de una necesaria evolución. Lo pequeño y lo abstracto se hacían presentes, se quitaban la máscara de inocencia para mostrarse como eran: agresión escondida: vida dentro del cuadro. Presente en los salones y exposiciones colectivas y ocupada en las búsquedas de afirmación técnica de las distintas formas de grabado, Lucy dejó de presentar exposiciones con `obra mayor'. Cada vez más intimista, dibujaba, imprimía series de trabajos alimentados por esas formas que atrás definimos como oníricas. Cali, que había sido el centro cultural más importante de las décadas sesenta, setenta, perdía en los 80 y 90 su impulso. El mercado del arte iniciaba una carrera malévola movilizada por galerías de sospechosa debilidad ética: los precios se alzaban a magnitudes no sonadas. Lucy no entró en el boom, su tarea, demasiado delicada, escapaba del gusto del nuevo comprador para quien colgar un cuadro adquirió significados de estatus: exhibía su capacidad de adquirir lujos suntuosos. Para ese mercado su obra carecía de gran significado. Lucy continúa su tarea. "No sabría que hacer de mi vida sino tuviera un estudio y una hoja de papel para trabajar". Esta constancia y capacidad de seguir produciendo belleza siguen haciendo de la obra de Lucy Tejada una de las más importantes del siglo XX colombiano: no se ha hecho a fuerza de impulsos mediáticos, ni conseguido nombradía organizando escándalos para llamar la atención. Cumple como maestro trabajando con humildad en la tarea de imaginar y dar forma a mundos propios. Está de espaldas a la moda y sorda a las sirenas que cantan para que el navegante pierda su curso y se adentre el la solemne estupidez de las instalaciones, los proyectos etc. El arte es mucho más serio. Guiarlo solo pueden los artistas: son los que saben hacerlo. Tomado del suplemento del periódico El Tiempo, 16 de diciembre de 2006 | ||||
Lucy Tejada anda con sus 87 años sin ponerles mucho misterio. Parece que por su salud se preocupan más el médico y sus familiares que la propia artista, que al viajar desde Cali, donde vive, desafió la altura bogotana (y las advertencias del galeno) para estar presente en al exposición Lucy Tejada, años cincuenta, que presenta la Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Son 42 pinturas y 38 grabados de quien ha sido un símbolo del arte colombiano, en una generación en la que las mujeres, generalmente, apenas podían aspirar a estar bien casadas, mantener la casa bonita y, en mejores casos, hacer manualidades o ser maestras. Pero ella, acostumbrada a romper el molde desde cuando era joven -y muy bella- en Bogotá, terminó por imponer su voluntad. En esa época iba al café El Automático y se reunía con intelectuales como León De Greiff y Juan Lozano y Lozano a hablar y a tomar aguardiente en pocillo. Ella recorre sus cuadros acompañada de un hijo y una nieta, aunque en realidad no los puede ver muy bien. "Dejé de pintar hace tiempo, porque he perdido mucho la vista. El médico dice que no me quedo ciega del todo, pero sí he perdido cantidades. Veo más o menos nublado", dice. Para ella, la muestra significaba reecontrarse con el pasado, "echar reversa" y saber qué sentiría al tenerlos otra vez delante. "Yo no sé si será por cegatona, pero me siento bien", afirma. Frente a ellos recordó cuando estuvo por un año en La Guajira, donde no pintó ni una obra debido a que el viento no paraba nunca. Pero esa etapa resultó clave para lo que hizo después, cuando llegó a Bogotá y luego a España. No duda en reconocer que su obra fue importante en el país. "Estuve en la cumbre y, aunque sabía que no me iba a quedar ahí, era algo muy estimulante y fuerte dice-. Llegué a un punto en que mi obra tenía éxito y la gente la compraba. Ahora me sobran las obras y las veo un poco, lo que alcanza. Se me remueven las relaciones con la gente y todo un mundo que uno cree perdido, pero uno tiene el poder de recrear eso". Una recreación que pasa por los recuerdos de ser la consentida de los intelectuales, de estar entre las primeras mujeres graduadas como bachilleres en el Valle y ser la única que se matriculó en Bellas Artes, en Bogotá. También, por los viajes a Europa, incluyendo el lado comunista, y América, con exposiciones hasta entrados los 80. Se siente satisfecha. No so lo parece gozar de una aceptable salud sino de un muy buen humor con el que le quita trascendencia a las cosas. Por eso no es raro que al preguntarle si cree que la pintura es importante responda: "Sin duda, la pintura es muy importante en el mundo. Mire, por ejemplo, hay una muchacha que se llama la Mona Lisa o algo así. La cuidan como a un niño chiquito". Tomado del periódico El Tiempo, 10 de mayo de 2008 |